Desde el momento en que comenzamos a quitarnos la ropa para entrar en la bañera o la ducha, nuestro cuerpo experimenta una sensación agradable y única. Desde la cabeza hasta los pies, ese cosquilleo sensual de la desnudez nos penetra por la piel, ese órgano de mayor tamaño que todos tenemos y que nos hace llegar a todas las partes del cuerpo la sensación de bienestar.

Baños eróticos
Baños eróticos

El baño fue un momento erótico para algunos personajes históricos. La reina Cleopatra, según se afirma, se sumergía un una piscina de leche de cabra para que su piel se mantuviera tersa y era todo un ritual cuando llegaba al baño. Sus esclavas y esclavos eran sometidos a atender todos sus deseos y a observar aquel maravilloso cuerpo en plena desnudez. Lo que la historia no dice si después se quitaba la leche con agua de algún oasis mágico, porque todos sabemos lo que sucede con la leche pasadas unas horas. Aún así, imaginarnos a la belleza egipcia en su ritual, levanta pasiones.

Este ejemplo de Cleopatra nos sirve para poner los sentidos en  un baño erótico y no morir en el intento: ni miel, ni cerveza, como leí hace pocos días, ni otros zumos de frutas pueden quedar en la piel porque el resultado no es el mejor, sus consecuencias son notables.

Aún así, el entrar al baño y sumergirnos en el agua nos proporciona una pasión en la piel que se trasmite de inmediato al cerebro. La persona que le gusta ser acariciada, recibe en ese momento el poder refrescante y sensual del líquido, una manera más de motivarnos a la masturbación.

No es necesario untar en el cuerpo sustancias líquidas o cremosas para sentir que nos excitamos sexualemente. Quitarnos la ropa poco a poco, ir sintiendo como el cuerpo se queda libre de telas, y luego dejar que el agua limpia, a la temperatura que nos guste, nos roce, bastan para que salgan a flote nuestros más íntimos instintos sexuales.

 

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