La mayoría piensa que para hacerse hombre hay que pasar por los desafíos que la sociedad impone y vencer retos de ser fuertes.

La identidad masculina hegemónica, reforzada por las estructuras sociales, es cómplice y propagadora de la intolerancia, las discriminación y las desigualdades, y siembra sus realidades en el ámbito de lo personal, familiar y comunitario. El hombre debe vencer retos de ser sexualmente activo (penetrar y no ser penetrado), racional y violento implica no solo ganar, gritar, golpear; sino también callar.

La vida emocional de los varones parece ser difícil para expresarse de manera personal. Los hombres hablan por todos: “todos somos violentos”, “todos sufrimos por culpa de…”, “todos somos fuertes”, “a todos nos pasa”… Muy pocos hablan en primera persona, de lo que viven y cómo lo viven, de lo que les duele y la forma en que les duele. Cuando se habla por todos, se asume la responsabilidad que cada cual vive, se apropia de la razón para fundamentar y ocultar las emociones.

El silencio como individuos los define. Se “supone” que el varón sea valiente; se “supone” que cuando llegue a la adolescencia sepa de sexo; se “supone” que aprenda a aguantarlo todo. Se “suponen” demasiadas cosas como si el aprendizaje no estuviese basado precisamente en la experimentación y los errores.

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