Miles de fiestas del mundo han pasado a la historia, pero las que Versalles vio en sus tiempos de esplendor, estaban consideradas como únicas y aún hoy se habla de ellas.

El monarca Luis XIV era tan dado a las fiestas, que quiso dedicar su palacio de Versalles a ese fin. Cada vez que se le antojaba una celebración, viajaba con toda su corte para allá, por lo que imaginemos la algarabía, el corre corre de los sirvientes, el ruido de tantas telas y el lujo preparado para sus banquetes.

Pero en 1682 decidió mudarse definitivamente para el majestuoso lugar, dejando a un lado al Louvre y al palacio de Saint- Germain, porque Versalles ya era una mansión tan acogedora y tan adecuada a esos arrebatos, que era mejor estar un poco lejos de París.

En Versalles la etiqueta era obligatoria, y las fiestas fueron suntuosas con bailes, música de prestigiosos maestros, comidas exóticas, y mucho más. El  propio rey se consideraba en ellas todo un dios, (además de por la grandiosidad de su reino, por supuesto). Pero, continuando con las fiestas, Luis XIV llegó a considerar la mitología como una de sus pasiones muy serias, al punto de que acostumbraba a disfrazarse de Zeus, el dios del Olimpo, como el más supremo y glorioso de los seres. Sus cortesanos, debían entonces vestirse como las otras divinidades del panteón griego, o como los héroes de sus leyendas.

Una de las pasiones del monarca era el mostrar a su corte el disfrute de fuegos artificiales, un hecho que, por lo efímero, y la carencia de muestras de películas en la época, desconocemos cómo era, pero tanto se quedó escrito, que parece que aquello fue, sencillamente, espectacular.

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